jueves, 30 de mayo de 2013

HACIA EL CONOCIMIENTO DE LA REALIDAD ESPIRITUAL

Por: Jon Aizpúrua
Movimiento de Cultura Espírita CIMA

Para obtener aquellas transformaciones morales y sociales que son urgentemente necesitadas por la humanidad, a fin de que esta pueda colocarse en un camino de realizaciones y materiales de efectivo valor, que le proporcionen paz, tranquilidad y orden, no existe otra solución que llevar a cabo grandes cambios en el mundo interno de los seres humanos. Sólo cuando se efectúe un verdadero trabajo de conocimiento y renovación en ese sector subjetivo, removiendo allí los escombros de la ignorancia, limpiándolo de falsos valores, espejismos y mezquindades, se podrá obtener en el mundo externo algo que tenga auténtica eficiencia para el progreso de la humanidad.

Cuando los pensamientos y sentimientos profundos del hombre comiencen, en el fondo de sí mismo, la tarea de construcción moral y espiritual, en lo exterior se irán disipando las tinieblas del odio y la violencia y quedarán anulados los prejuicios limitadores y los deseos destructivos. Para esa tarea, nada fácil, de obtener la reconstrucción íntima del individuo no bastan hoy los elementos acumulados en la ciencia y la filosofía corrientes, en las religiones o conceptos morales habituales. Se precisan recursos más convincentes, dinámicos y creadores que asienten firmemente sus raíces en la experiencia más antigua y más moderna del hombre a la vez; que tengan contacto con lo más elevado de la espiritualidad y con lo más efectivo de la investigación y observación científicas; que abarquen, allí donde corresponde y de una manera clara y constructiva, la realidad objetiva y la realidad subjetiva, en una síntesis armoniosa que liberte la conciencia y despierte las más puras fuerzas espirituales, orientándolas hacia la justicia, el bien y el amor, individual y colectivamente.

Hoy es enteramente factible disponer de esos recursos. La experiencia personal de muchos seres, en la vida espiritual interna, a la que han llegado después de un extraordinario desarrollo íntimo, les ha permitido penetrar y recogerse profundamente en lo más hondo de sí mismo, logrando llegar, como lo expresó el sabio Alexis Carrel, “a un Ser que es la corriente de todo, hacia un poder, un centro de fuerzas intrínsecas que los místicos denominan Dios”. Para esos hombres de todas las latitudes, de todas las épocas, este viaje del alma fuera de las dimensiones de nuestro mundo y ese contacto deslumbrante con una realidad superior, sin tiempo ni espacio, les ha colocado, en verdad, en Aquello que existe tras las manifestaciones del mundo físico y que origina en el Universo un orden y una armonía profundos y visibles, que condicionan todos los movimientos y rigen hasta el más mínimo proceso en el Cósmos. Sobre esto reflexionaba con frecuencia Albert Einstein: “En cada progreso importante encuentra el físico que las leyes fundamentales de la naturaleza se simplifican más y más a medida que avanza la investigación experimental. Es asombroso ver el orden sublime que surge de lo que aparentaba ser un caos” (Prefacio a la obra de Max Planck: “¿Adónde va la ciencia?”).

Paso a paso la Física moderna ha rectificado las clásicas nociones acerca de la materia considerada como indestructible y del espacio y el tiempo como separados y absolutos. La relatividad al unificar el espacio y el tiempo en un continuum dimensional; la física cuántica, con su negación del causalismo y el determinismo; la desintegración del átomo, identificando la materia con la energía; la mecánica ondulatoria convirtiendo la energía en ondas de actividad pura; todos estos descubrimientos de la experiencia y la investigación moderna han llegado a demostrar que lo que nos rodea externamente, el mundo objetivo de nuestros sentidos y percepciones, no es lo que parece y las bases científicas sobre las cuales el pensamiento materialista había extendido sus generalizaciones más amplias son superficiales, insatisfactorias e inducen continuamente a error. Grandes mentalidades científicas de nuestro tiempo hallan así muy difícil comprender al mundo como otra cosa que la expresión de la actividad de un Espíritu Supremo. Físicos de la categoría de Arthur Eddington, James Jean, Arthur Compton, Lemaitre, hasta Fritjof Capra y David Bohm, han tomado actitudes decididamente favorables a esa concepción.

Las nuevas corrientes de la psicología se acercan, desde una perspectiva holística y transpersonal, a ese punto de vista al plantearnos que más allá de la conciencia vigilante del hombre existe una zona interior muy vasta, muy honda, de prolongaciones inalcanzables, de un contenido psíquico y espiritual muy rico, variable y multiforme, donde actúan energías directrices de la más alta y condensada potencia, que asumen un predominio directo e indirecto sobre la vida anímica en la que vierten destellos de grandiosa iluminación o excelsas intuiciones o ideas geniales de gran valor para la humanidad, cuya procedencia común es la fuente perenne de la que emana la plenitud de la vida. 

De igual modo que subyace al Universo material una realidad espiritual cósmica, tras el hombre se levanta la maravillosa verdad de un espíritu inmortal. Ya no puede concebírsele como un mero organismo físico dotado de un cerebro y un mecanismo nervioso, donde la conciencia no es más que el resultado de una serie de reacciones bioquímicas. La personalidad humana es mucho más compleja, en extensión y profundidad, en estructura y esencia, y en ella se conjugan energías psíquicas con procesos espirituales y manifestaciones paranormales.

Tomando como base de estudio los datos acumulados por el Espiritualismo científico y mas específicamente por el Espiritismo, así como las informaciones de la Parapsicología, hallamos entonces que la verdadera imagen del hombre alcanza contornos extraordinarios, acerca de los cuales la mayor parte de los individuos de nuestros días tienen apenas muy remota idea, derivada de las incompletas enseñanzas académicas y de los errores y supersticiones que contradictoriamente se difunden acerca de las nociones de cuerpo, espíritu, psiquis, conciencia, etc. Son datos que descubren en el individuo, facultades y manifestaciones que implican una extensión y agudización de sus capacidades cognoscitivas y creadoras, así como la continuidad de la vida más allá de la muerte y su progreso continuo a través de existencias sucesivas que facilitan su perfecionamiento intelectual y moral.

No le es posible, al hombre contemporáneo, contentarse con indefinidas y nebulosas informaciones acerca de su propia personalidad y las extraordinarias facultades suprafísicas que su psiquis contiene en potencia; no le bastan, tampoco, los datos incompletos y contradictorios de la ciencia académica, que, incapaz de explicar satisfactoriamente la razón y naturaleza de sus más íntimas vivencias psíquicas, incluídas los diversos estados alterados de conciencia, las reduce a procesos patológicos dignos de un estudio psiquiátrico, sin reparar en que esas experiencias profundas, como lo demuestran estudios realizados por numerosos especialistas desde William James a Stanislav Grof, resultan, en ocasiones, más reales y significativas que las ocurridas durante el quehacer cotidiano.

Tampoco está conforme la razón del hombre inquieto, estudioso y pensador, con los vacíos que encuentra en las concepciones religiosas y filosóficas tradicionales, impregnadas de crudo antropomorfismo, que carecen de respuesta para los problemas fundamentales de la vida y la muerte, del ser y su destino, del Universo y sus procesos cósmicos.

De ahí que todas las personas inteligentes y sensibles, necesiten ahora explicaciones con bases más sólidas y proyecciones más extensas, que no contradigan ni sus experiencias internas más valiosas, ni sus intuiciones más profundas, ni los datos acumulados por la investigación científica de vanguardia, ni las inferencias filosóficas más agudas y penetrantes. El conocimiento de la realidad espiritual y la investigación de sí mismo son los fuertes cimientos que permitirán al hombre colocarse en una situación de majestuosa armonía, en concordancia con la armonía y el orden que reinan en el Universo. La ignorancia de las verdades trascendentes del alma, esencia inmortal del hombre, y su proceso palingenésico o reencarnatorio, es el mayor causante de los grandes errores y desconciertos que afectan gravemente la situación moral y social de toda la humanidad.

Sólo podrá establecerse la armonía colectiva cuando se haya alcanzado la armonía individual, y ésta sólo es posible mediante el exacto autoconocimiento. Nadie se conoce a sí mismo sino se reconoce como espíritu inmortal en continuo progreso y evolución.

Cuando el hombre llegue a comprender, mediante la investigación, la intuición y la devoción superior, que él es, ante todo y sobre todo, una entidad espiritual permanente, perenne, de potencialidades supremas que puede desarrollar hasta planos inconmensurables; cuando advierta que en sí hay una conciencia profunda, vigilante y luminosa, capaz de señalarle el camino de la redención de la ignorancia y el dolor, induciéndole a buscar, dentro de su propia alma, en su ser interno, la felicidad y el cielo que, ciegamente, ha estado buscando en el mundo externo de quimeras, vanidades y apetencias; cuando descubra que en el sacrificio, la entrega, la buena voluntad, el amor al prójimo, el servicio a sus semejantes, se encuentran la verdadera paz, la profunda y creadora tranquilidad del alma, la mejor realización de sus más altas posibilidades; cuando trascienda definitivamente la etapa egoísta del vivir sólo para el placer de los sentidos y la satifacción de sus necesidades materiales, entonces podrá decirse que se ha convertido en el hombre espiritual, equilibrado, de activa vida interna y constante transformación hacia lo más elevado, que es capaz de aportar elementos vitales de armonía, orden y rectitud de pensar y sentir para solucionar los problemas de la humanidad mediante una acción individual irradiante que se tornará colectiva con su esfuerzo y su ejemplo.