lunes, 6 de noviembre de 2017

ANTE LA PÉRDIDA DE SERES QUERIDOS





Por: Daniel Torres

La lucha de la ciencia por encontrar la fórmula que permita la preservación de la vida física ha sido infructuosa. Tanto ricos como pobres, blancos o negros, hombres o mujeres, niños o adultos, han tenido que pasar por ese proceso que a primera vista pareciera ser un error de la naturaleza. Sin embargo, la sabiduría de Dios es tan grande, que es cuestión de desentrañarla.

Todos los seres humanos sin distinción, quiérase o no, tendremos que pasar por esa experiencia; la diferencia estriba en “¿cuándo y cómo?”.
En esta oportunidad nos enfocaremos más en los que se “quedan”, que en quienes supuestamente “se van para siempre”.
Los procesos desencarnatorios, empleando el léxico espírita, generan estados psicológicos, cuando no se saben superar, que afectan la salud de la persona y las relaciones con los demás. No se puede negar que ello provoca un impacto que puede ser pasajero o duradero, máxime en desencarnaciones imprevistas e inesperadas. Las repercusiones están, entre otros motivos, en función de variables como lo son: la comprensión de la vida, el tipo de convicciones de carácter espiritual,  la fortaleza emocional, etc.  
El psiquiatra británico John Bowlby, a través de las investigaciones realizadas estableció, según su teoría clásica, que existen etapas de duelo por las que atraviesa una persona ante la pérdida de un ser querido. Esta teoría, fue reconsiderada por la reconocida psiquiatra Elizabeth Kübler Ross nacida en Suiza, quien propuso 5 etapas, las cuales se presentan a continuación y que, según ella afirma, no necesariamente se manifiestan en el mismo orden:
1) Negación y aislamiento: la negación nos permite amortiguar el dolor ante una noticia inesperada e impresionante; permite recobrarse. Es una defensa provisoria y pronto será sustituida por una aceptación parcial: "no podemos mirar al sol todo el tiempo".
2) Ira: la negación es sustituida por la rabia, la envidia y el resentimiento; surgen todos los por qué. Es una fase difícil de afrontar para los padres y todos los que los rodean; esto se debe a que la ira se desplaza en todas direcciones, aún injustamente. Suelen quejarse por todo; todo les viene mal y es criticable. Luego pueden responder con dolor y lágrimas, culpa o vergüenza. La familia y quienes los rodean no deben tomar esta ira como algo personal para no reaccionar en consecuencia con más ira, lo que fomentará la conducta hostil del doliente.
3) Pacto: ante la dificultad de afrontar la difícil realidad, mas el enojo con la gente y con Dios, surge la fase de intentar llegar a un acuerdo para intentar superar la traumática vivencia.
4) Depresión: cuando no se puede seguir negando la persona se debilita, adelgaza, aparecen otros síntomas y se verá invadida por una profunda tristeza. Es un estado, en general, temporario y preparatorio para la aceptación de la realidad en el que es contraproducente intentar animar al doliente y sugerirle mirar las cosas por el lado positivo: esto es, a menudo, una expresión de las propias necesidades, que son ajenas al doliente. Esto significaría que no debería pensar en su duelo y sería absurdo decirle que no esté triste. Si se le permite expresar su dolor, le será más fácil la aceptación final y estará agradecido de que se lo acepte sin decirle constantemente que no esté triste. Es una etapa en la que se necesita mucha comunicación verbal, se tiene mucho para compartir. Tal vez se transmite más acariciando la mano o simplemente permaneciendo en silencio a su lado. Son momentos en los que la excesiva intervención de los que lo rodean para animarlo, le dificultarán su proceso de duelo. Una de las cosas que causan mayor turbación en los padres es la discrepancia entre sus deseos y disposición y lo que esperan de ellos quienes los rodean.
5) Aceptación: quien ha pasado por las etapas anteriores en las que pudo expresar sus sentimientos -su envidia por los que no sufren este dolor, la ira, la bronca por la pérdida del hijo y la depresión- contemplará el próximo devenir con más tranquilidad. No hay que confundirse y creer que la aceptación es una etapa feliz: en un principio está casi desprovista de sentimientos. Comienza a sentirse una cierta paz, se puede estar bien solo o acompañado, no se tiene tanta necesidad de hablar del propio dolor... la vida se va imponiendo.
Esperanza: es la que sostiene y da fortaleza al pensar que se puede estar mejor y se puede promover el deseo de que todo este dolor tenga algún sentido; permite poder sentir que la vida aún espera algo importante y trascendente de cada uno. Buscar y encontrar una misión que cumplir es un gran estímulo que alimenta la esperanza. “

La concepción de la vida y las convicciones espirituales:

Si se aprecia la vida desde el punto de vista materialista, como resultado del acaso y a la persona como un producto de funciones orgánicas, automáticamente pensamos en la llamada muerte como el fin del cuerpo y por consecuencia de quien lo animaba. La angustia, la desesperanza y ese abismal vacío que queda en la persona es muy fuerte, a tal grado que ha generado, en muchos casos, graves desórdenes psicosomáticos.

Por otro lado, está el caso de quienes creen en la existencia del alma y de su inmortalidad; algunos conservan cierto grado de esperanza y fe que ha sido alimentada por su creencia. Otros, por la misma incertidumbre o desconocimiento de lo que sucede en el “más allá” les hace sentir un vacío y experimentar una sensación de separación permanente.

La tercera vertiente, es la Espiritista. En ella podemos ratificar el principio de la inmortalidad del alma no como una creencia, sino como una realidad demostrada con hechos y reafirmada a través de las investigaciones científicas. No sólo se demuestra la inmortalidad como tal, sino además la posibilidad de mantener una comunicación con quienes hemos guardado un gran afecto. Liberado el Espíritu del cuerpo, sus percepciones adquieren mayor lucidez y la comunicación se establece sin las limitaciones que presenta la materia.

Bajo esta perspectiva, se pone fin al sufrimiento emocional innecesario y a la vez, se presenta una alternativa de apoyo al espíritu que ha dejado su cuerpo; ello a través de la elevación de pensamientos de amor y solidaridad que lo beneficiarán grandemente.

Morir en realidad no es más que cambiar de estado, el espíritu conserva su individualidad, sus cualidades, deseos, sentimientos y recuerdos; y del mismo modo estos lazos afectivos que se han formado no se rompen.



Tener la garantía de que esos lazos de afecto trascienden los límites de la materia, es una demostración más del amor de Dios, quien nos permite poder tener el consuelo de reencontrarnos con los que ya partieron. ¡Cuántos han vivido con la nostalgia de haber perdido un hijo, un hermano, un padre o un amigo! ¡Cuántos han exteriorizado su resentimiento en contra de Dios por tales pérdidas! Pero es ahí donde el Espiritismo surge como el elixir del alma dando consuelo y esperanza a todos aquellos que habían perdido incluso, hasta el deseo de vivir.