Por: Daniel Torres
Las convulsiones sociales, políticas y
económicas del día a día, arrastran al ser humano a una lucha intensa por la
sobrevivencia, la justicia y la prosperidad; en la cual el alimento y la
seguridad son fundamentales para la subsistencia (necesidades de orden
inferior, según Abraham Maslow). No obstante, aún en condiciones extremas la
espiritualización tiene un valor incalculable en la transformación del ser y en
la manera de encarar estas situaciones.
En este panorama general caracterizado por un
consumismo exacerbado, el ser humano adquiere una miopía que le limita alzar su
vista hacia lo trascendente y se enfoca casi totalmente en lo material; es
decir, ocupa su espacio de tiempo en desear lo que los demás tienen, o bien, en
las ansias de tener las últimas novedades que el mercado ofrece. Las
redes sociales mal encausadas y la diversidad de opciones para sumergirse en el
entretenimiento, producen un desenfoque de la mente en asuntos verdaderamente
importantes.
Además, Cuántos casos lamentables se presentan
en nuestra sociedad producto de la ambición. Es triste ver cómo a nivel
gubernamental en varias regiones del mundo la corrupción es la noticia del día,
y no les importa asegurar su futuro y el de sus descendientes acosta del
sufrimiento y la pobreza de los habitantes de su país. Niños afectados por
desnutrición crónica, enfermos muriendo en los hospitales por falta de
medicamentos, mientras ellos continúan amasando fortunas y disfrutando de los
placeres. Cubren su conciencia con un blindaje que anule los buenos
sentimientos, pero lo que no se percatan es que al llegar el ocaso de su vida
nada material se llevan, todo se acaba. Por más que se esfuercen en amasar
bienes o en adquirir poder para sentirse satisfechos, lo que están provocando
es una fuerte carga moral y un gran daño a la población producto de sus acciones.
El psicólogo Erich Fromm acuñó una frase que ilustra los efectos de esta
ambición y apego por el tener: “si soy lo que
tengo, y lo que tengo lo pierdo, entonces ¿quién soy?”
Erich Fromm |
Lo mencionado anteriormente, no implica una
negación total a lo material, tampoco una condena a los avances tecnológicos,
son un recurso valioso siempre que sean bien utilizado. La propuesta espírita
es clara: todo aquello que se haga de forma lícita, ecológica, equilibrada, sin
excesos y de forma constructiva es válido.
Sabido está por la generalidad, que tras dejar
este mundo, nadie se lleva ningún objeto material. Pero tomar conciencia plena
de esa realidad y vivir de acuerdo a ello, no siempre sucede. Las condiciones
de la vida, presente y futura, cobran sentido cuando se comprenden sus leyes de
acuerdo a una óptica mayor: la espiritual. Y esa comprensión llega a través de
lo que se ha interpretado como el despertar de la
conciencia. Esta se manifiesta a través del reconocimiento de la
transitoriedad de la vida material, el propósito de su estadía en este mundo,
el fortalecimiento de su ser interior y su relación armoniosa con todo lo que
le rodea.
El Espiritismo fomenta una espiritualidad sin
dogmas, sin fórmulas secretas y sin rituales. No es una espiritualidad
contemplativa, sino activa y reflejada en el diario vivir. La razón, la
intuición y la evidencia científica son elementos fundamentales en la
comprensión e interpretación de la realidad espiritual. Además, la ética espírita
por su misma naturaleza, se integra a esa visión espiritual, y se aplica a toda
la gama de procesos por los que transita el alma. Temas como el
desapego, las pasiones desenfrenadas, el orgullo y el egoísmo, vastamente
abordado por distintas culturas y filosofías, cobra sustento y consistencia con
los fundamentos que el Espiritismo propone.
Con la comunicación de los espíritus y la
reencarnación, se logra comprobar que el único equipaje que acompaña el alma en
su tránsito hacia el mundo espírita, es lo que sembró en su ser producto de sus
acciones u omisiones, virtudes y debilidades. Así también es posible darle
consistencia al tema ético producto de los resultados que producen los actos
humanos en la conciencia del individuo no solo durante la vida física, sino
también en su realidad y expresión como espíritu luego de la desencarnación.
Vivir en un
estado de espiritualidad, de acuerdo al Espiritismo, no implica aislamiento, ni
negación de la realidad. Es vivir en armonía y solidaridad con los semejantes.
Es trabajar en superar las propias debilidades y enfrentar las dificultades con
coraje y optimismo. Es tener plena conciencia que cada quien construye su
propia felicidad y su propio progreso.
La espiritualidad no es propiedad de ninguna
corriente filosófica o religiosa. Es un estado elevado de la conciencia que se
refleja en nuestros pensamientos, sentimientos y acciones. Y este estado nos
permite llevar una vida recta, finalizando la etapa actual de nuestra existencia con
valiosas experiencias y gratas satisfacciones. Siddharta Gautama (Buda) da una
valiosa recomendación: “Al final de la vida
solo tres cosas importan: lo mucho que amaste, lo bondadoso que fuiste y la
facilidad con que dejaste ir lo que no era para ti”.
Artículo Extraido de la Revista Evolución N° 5.
Movimiento de Cultura Espírita CIMA. Caracas, Venezuela.