Por: Milton Medrán Moreira
Fuente: Editorial de Opinião. N°. 279
de noviembre de 2019.
Traducción: Jon Aizpúrua
“Es (el espiritismo) una
doctrina que no cabe dentro de parcelas, religiosas o políticas, tanto sean de
derecha como de izquierda. Ni la radicalización violenta, muy del gusto de
ciertas manifestaciones izquierdistas, ni las posiciones retrógradas, muy
propias de ciertas tendencias derechistas” (Deolindo Amorim. “El Espiritismo y
los Problemas Humanos”).
Las expresiones “derecha” e
“izquierda” para designar posiciones políticas fueron creadas en la Francia del
siglo 18, un período marcado por la Revolución Francesa, en el cual las clases
más pobres, en particular el proletariado, reivindicaron derechos reconocidos
como naturales, pero que le fueron negados durante muchos siglos. Los
privilegios de la nobleza y del clero serían entonces fuertemente cuestionados
con la instauración de la Asamblea Nacional Constituyente, en cuyas sesiones
los representantes de la nobleza se sentaban a la derecha, en tanto que los
representantes de los campesinos y los trabajadores tomaban asiento a la
izquierda.
A partir de entonces, dos
grandes ideologías, aunque con innumerables y diferenciados segmentos, fueron
marcando la política en el mundo. A groso modo, se puede, conforme al magisterio
del filósofo político Norberto Bobbio, caracterizar a la izquierda como aquel
pensamiento político que persigue la promoción de la justicia social, en cuanto
la derecha tiene como meta principal la defensa de la libertad individual.
Bajo esos dos parámetros del
pensamiento, teóricamente, se ha desarrollado la política interna y externa de
las naciones, en el curso de estos dos últimos siglos. Los valores igualdad y
libertad, con mayor o menor énfasis, inspiran programas de gobierno e influyen
en la formación de bloques de naciones en el campo de las relaciones
internacionales. Pero también sustentan la militancia vigorosa de partidarios
de una o de otra forma de pensar, y, con mucha frecuencia, suscitan posturas y
acciones extremistas conduciendo al sectarismo, al fanatismo, a la beligerancia
y a la intolerancia.
Mismo que por sus excesos,
las ideologías hayan alimentado, en la historia reciente de la humanidad, las
guerras, las revoluciones sangrientas y la pérdida estúpida de millones de
vidas humanas, los valores teóricamente defendidos por ellas son positivos. Se
tornaron en instrumentos valiosos de transformaciones sociales y políticas.
Adherir a una de ellas y hacer de eso medio de promoción humana y social es,
indudablemente, una forma de servir a la sociedad.
Entre tanto, mirar al hombre
y al mundo bajo el prisma exclusivo de una ideología conduce a visiones
parciales de la realidad social y política. Exactamente por eso es que las
ideologías adoptan formatos concretos y se materializan en partidos políticos
que representan, justamente, partes del todo social. Estos, cuando son
auténticamente ideológicos y no meras corporaciones fisiológicas que persiguen
solamente privilegios personales o de grupos, en detrimento del bien común, se
erigen en herramientas indispensables para la democracia y el progreso.
A diferencia de las ideologías,
la filosofía permite una mirada más amplia del hombre y del mundo. El
espiritismo, por ejemplo, extrapola cualquier propuesta ideológica y ofrece a
su atento estudio una perspectiva acerca del ser, su origen y destino, capaz de
conferir un sentido pleno de significaciones y de racionalidad a la existencia
humana y al mundo en su entorno. Definido por el pensador español Manuel
González Soriano en su libro “El Espiritismo es la Filosofía” como “síntesis
esencial de los conocimientos humanos aplicados a la investigación de la
verdad”, el espiritismo, doctrinariamente, es una propuesta de conocimiento y
de vida que consagra todos los grandes valores de la existencia humana, donde
figuran, y de manera destacada, los de la igualdad entre todos los seres humanos
y de la libertad como instrumento del proceso evolutivo del espíritu inmortal.
Así, más que una ideología,
el espiritismo es esencialmente una filosofía. De este modo, sería imprudente
tacharla como “de izquierda” o “de derecha”. Intentos de aproximaciones entre
él y las demandas desarrolladas por una u otra ideología son válidas en la
medida en que, en la propuesta espírita, cargada de auténtico humanismo, se
manifiestan los valores presentes en las visiones parcialmente adoptadas por
las ideologías. Eso no impide que el espírita, como ciudadano y como agente de
transformación de las instituciones políticas y sociales del mundo, asuma esta
o aquella ideología, valiéndose de los respectivos instrumentos formales de
actuación para impulsar aquellos valores humanos que le parezcan más adecuados
a la sociedad donde vive.
Así, no debe causar cualquier
incomodidad o sensación de indebida inversión doctrinaria la existencia, como
la que ahora fue anunciada, del movimiento “espíritas a la izquierda” reuniendo
espiritistas que luchan políticamente por debelar arraigadas desigualdades
sociales y que, en determinadas fases de la historia, se intensifican por
fuerza de las resistencias conservadoras, siempre presentes en la sociedad.
Tampoco, la adopción de ideas liberales por parte de espíritas afectos a esa
propuesta ideológica contraría, en tesis, la propuesta espírita. Las numerosas
vertientes y segmentos, más o menos radicales, en que se desdoblaron las
llamadas “derecha” e “izquierda” en el mundo, permiten vislumbrar en ambos
campos ideológicos elementos capaces de contribuir con la buena política,
conduciéndola a estadios éticamente mejores que los alcanzados hasta ahora.
Lo que se debe tornar innegociable para el
espírita, esto sí, es la defensa de la democracia, de la transparencia en la
política en pro del bien común, así como la práctica de la tolerancia y del
diálogo con los que piensan de modo diferente. A la lucha por la igualdad y la
libertad se debe agregar la idea generosa de la fraternidad, como propusieron los
teóricos iluministas que prepararon los caminos que conducían al moderno estado
de derecho.
Menos aceptable además es que
los cultivadores de la filosofía espírita, que es de amor y tolerancia, se
tornen agresivos unos con otros en la defensa de sus posiciones políticas,
irrespetando normas de cortesía y haciendo que el debate político descienda al
terreno de la agresión personal, de la grosería y la incivilización.
Igual es inaceptable que, en
nombre de una ideología, se justifiquen actos de corrupción o se apoyen
políticas contrarias a los derechos fundamentales del ser humano, tales como la
tortura, la violencia estatal contra el ciudadano, la discriminación religiosa,
la misoginia o el racismo. Posturas de esa naturaleza son, sí, incompatibles
con el espiritismo y deberán, en cualquier régimen político y bajo cualquier
gobierno, ser combatidas por los espíritas auténticos: aquellos realmente
capaces de sobreponer la excelencia filosófica espírita a las provisionales
ideologías de un mundo en transformación.