lunes, 23 de diciembre de 2019

DERECHA E IZQUIERDA: ¿DÓNDE SE SITÚA EL ESPIRITISMO?



Por: Milton Medrán Moreira
Fuente: Editorial de Opinião. N°. 279 de noviembre de 2019.

Milton Rubens Medran Moreira
Ex presidente de la CEPA (2000/2008)
Traducción: Jon Aizpúrua

“Es (el espiritismo) una doctrina que no cabe dentro de parcelas, religiosas o políticas, tanto sean de derecha como de izquierda. Ni la radicalización violenta, muy del gusto de ciertas manifestaciones izquierdistas, ni las posiciones retrógradas, muy propias de ciertas tendencias derechistas” (Deolindo Amorim. “El Espiritismo y los Problemas Humanos”).

Las expresiones “derecha” e “izquierda” para designar posiciones políticas fueron creadas en la Francia del siglo 18, un período marcado por la Revolución Francesa, en el cual las clases más pobres, en particular el proletariado, reivindicaron derechos reconocidos como naturales, pero que le fueron negados durante muchos siglos. Los privilegios de la nobleza y del clero serían entonces fuertemente cuestionados con la instauración de la Asamblea Nacional Constituyente, en cuyas sesiones los representantes de la nobleza se sentaban a la derecha, en tanto que los representantes de los campesinos y los trabajadores tomaban asiento a la izquierda.
A partir de entonces, dos grandes ideologías, aunque con innumerables y diferenciados segmentos, fueron marcando la política en el mundo. A groso modo, se puede, conforme al magisterio del filósofo político Norberto Bobbio, caracterizar a la izquierda como aquel pensamiento político que persigue la promoción de la justicia social, en cuanto la derecha tiene como meta principal la defensa de la libertad individual.
Bajo esos dos parámetros del pensamiento, teóricamente, se ha desarrollado la política interna y externa de las naciones, en el curso de estos dos últimos siglos. Los valores igualdad y libertad, con mayor o menor énfasis, inspiran programas de gobierno e influyen en la formación de bloques de naciones en el campo de las relaciones internacionales. Pero también sustentan la militancia vigorosa de partidarios de una o de otra forma de pensar, y, con mucha frecuencia, suscitan posturas y acciones extremistas conduciendo al sectarismo, al fanatismo, a la beligerancia y a la intolerancia.
Mismo que por sus excesos, las ideologías hayan alimentado, en la historia reciente de la humanidad, las guerras, las revoluciones sangrientas y la pérdida estúpida de millones de vidas humanas, los valores teóricamente defendidos por ellas son positivos. Se tornaron en instrumentos valiosos de transformaciones sociales y políticas. Adherir a una de ellas y hacer de eso medio de promoción humana y social es, indudablemente, una forma de servir a la sociedad.
Entre tanto, mirar al hombre y al mundo bajo el prisma exclusivo de una ideología conduce a visiones parciales de la realidad social y política. Exactamente por eso es que las ideologías adoptan formatos concretos y se materializan en partidos políticos que representan, justamente, partes del todo social. Estos, cuando son auténticamente ideológicos y no meras corporaciones fisiológicas que persiguen solamente privilegios personales o de grupos, en detrimento del bien común, se erigen en herramientas indispensables para la democracia y el progreso.
A diferencia de las ideologías, la filosofía permite una mirada más amplia del hombre y del mundo. El espiritismo, por ejemplo, extrapola cualquier propuesta ideológica y ofrece a su atento estudio una perspectiva acerca del ser, su origen y destino, capaz de conferir un sentido pleno de significaciones y de racionalidad a la existencia humana y al mundo en su entorno. Definido por el pensador español Manuel González Soriano en su libro “El Espiritismo es la Filosofía” como “síntesis esencial de los conocimientos humanos aplicados a la investigación de la verdad”, el espiritismo, doctrinariamente, es una propuesta de conocimiento y de vida que consagra todos los grandes valores de la existencia humana, donde figuran, y de manera destacada, los de la igualdad entre todos los seres humanos y de la libertad como instrumento del proceso evolutivo del espíritu inmortal.
Así, más que una ideología, el espiritismo es esencialmente una filosofía. De este modo, sería imprudente tacharla como “de izquierda” o “de derecha”. Intentos de aproximaciones entre él y las demandas desarrolladas por una u otra ideología son válidas en la medida en que, en la propuesta espírita, cargada de auténtico humanismo, se manifiestan los valores presentes en las visiones parcialmente adoptadas por las ideologías. Eso no impide que el espírita, como ciudadano y como agente de transformación de las instituciones políticas y sociales del mundo, asuma esta o aquella ideología, valiéndose de los respectivos instrumentos formales de actuación para impulsar aquellos valores humanos que le parezcan más adecuados a la sociedad donde vive.
Así, no debe causar cualquier incomodidad o sensación de indebida inversión doctrinaria la existencia, como la que ahora fue anunciada, del movimiento “espíritas a la izquierda” reuniendo espiritistas que luchan políticamente por debelar arraigadas desigualdades sociales y que, en determinadas fases de la historia, se intensifican por fuerza de las resistencias conservadoras, siempre presentes en la sociedad. Tampoco, la adopción de ideas liberales por parte de espíritas afectos a esa propuesta ideológica contraría, en tesis, la propuesta espírita. Las numerosas vertientes y segmentos, más o menos radicales, en que se desdoblaron las llamadas “derecha” e “izquierda” en el mundo, permiten vislumbrar en ambos campos ideológicos elementos capaces de contribuir con la buena política, conduciéndola a estadios éticamente mejores que los alcanzados hasta ahora.
Lo que se debe tornar innegociable para el espírita, esto sí, es la defensa de la democracia, de la transparencia en la política en pro del bien común, así como la práctica de la tolerancia y del diálogo con los que piensan de modo diferente. A la lucha por la igualdad y la libertad se debe agregar la idea generosa de la fraternidad, como propusieron los teóricos iluministas que prepararon los caminos que conducían al moderno estado de derecho.
Menos aceptable además es que los cultivadores de la filosofía espírita, que es de amor y tolerancia, se tornen agresivos unos con otros en la defensa de sus posiciones políticas, irrespetando normas de cortesía y haciendo que el debate político descienda al terreno de la agresión personal, de la grosería y la incivilización.
Igual es inaceptable que, en nombre de una ideología, se justifiquen actos de corrupción o se apoyen políticas contrarias a los derechos fundamentales del ser humano, tales como la tortura, la violencia estatal contra el ciudadano, la discriminación religiosa, la misoginia o el racismo. Posturas de esa naturaleza son, sí, incompatibles con el espiritismo y deberán, en cualquier régimen político y bajo cualquier gobierno, ser combatidas por los espíritas auténticos: aquellos realmente capaces de sobreponer la excelencia filosófica espírita a las provisionales ideologías de un mundo en transformación.